Antes de liarme con Juan, yo ya había tenido varios novios, y aunque de dos o tres de ellos había estado (o me había sentido) enamorada, siempre supe que esas relaciones no iban a durar. Quizá porque soy insegura, y por tanto, celosa, y temía que me dejaran por otra (lo que sucedió más de una vez, pero no todas). Pero una causa adicional determinaba la brevedad de mis affaires sentimentales: para mantenerlos, yo hacía un esfuerzo que no estaba dispuesta a prolongar por mucho tiempo. Disimulaba y, como el actor que sólo se deja fotografiar por el perfil bueno, procuraba que mis enamorados únicamente vieran mis virtudes y mis atractivos y ponía mucho cuidado en que ni sospecharan mis defectos (no siempre lo conseguía, por supuesto). Eso significaba que al levantarme de la cama junto al novio de turno, no sólo corría a mirarme al espejo del baño para arreglarme el pelo y quitarme las legañas, sino además fingía poseer cualidades que, en verdad, no tenía, o muy ocasionalmente. Así intentaba mostrarme más desinteresada, entusiasta, paciente, ordenada y alegre de lo que era y no dejaba aflorar mis sentimientos de envidia, rencor, despecho o irritación, pues temía que, de hacerlo, se desencantaran de mí. Suponía que si llegaban a conocerme tal y como era, no podrían quererme, de ahí que pretendiera ser otra, pero ese engaño conllevaba tensión y un gran desgaste, no podía sostenerlo indefinidamente, por ello después de pasar todo un fin de semana representando a la mujer soñada, el lunes me refugiaba en mi estudio y me negaba a ver a mi amante, pues necesitaba descansar, no se puede estar actuando siempre.
Corazón de napalm
Clara Usón
Seix Barral
Premio Biblioteca Breve 2009