miércoles, 30 de diciembre de 2015

Libertad

Se me ha concedido la oportunidad de participar en la música pop convencional y fabricar chicles, y ayudar a convencer a los chicos de catorce años de que la imagen y la sensación creadas por los productos de Apple Computer indican el compromiso de Apple Computer para convertir el mundo en un lugar mejor. Porque convertir el mundo en un lugar mejor es guay, ¿no? Y Apple Computer debe de estar mucho más comprometida con un mundo mejor, porque los iPods son mucho más guays que otros reproductores de MP3, y por eso mucho más caros e incompatibles con el software de otras marcas, porque... bueno, la verdad es que no está muy claro por qué en un mundo mejor los productos más superguays deben dejar unos beneficios superescandalosos a un reducidísimo número de habitantes de dicho mundo mejor, puede que éste sea uno de esos casos en que tienes que dar un paso atrás y observar las cosas con perspectiva y entender que llegar a tener tu propio iPod es en sí mismo lo que convierte al mundo en un lugar mejor. Y eso es lo que considero tan refrescante en el Partido Republicano. Dejan en manos del individuo la decisión de cómo podría ser un mundo mejor. Es el partido de la libertad, ¿no? Por eso no me explico por qué esos moralistas cristianos intolerantes tienen tanta influencia en el partido. Esa gente es muy antielección. Algunos incluso se oponen al culto al dinero y los bienes materiales. Creo que el iPod es la verdadera cara de la política republicana, y yo soy partidario de que la industria de la música se ponga seriamente al frente de esto y sea más activa políticamente, y se levante orgullosa y diga en voz alta: a nosotros los del sector de la fabricación de chicle no nos interesa la justicia social, no nos interesa la información precisa y objetivamente comprobable, no nos interesa el trabajo con sentido, no nos interesa un conjunto coherente de ideas nacionales, no nos interesa la sabiduría. Nos interesa elegir lo que ‘nosotros’ queremos escuchar y pasar de todo lo demás. Nos interesa ridiculizar a la gente que tiene la poca educación de no querer ser guay como nosotros. Nos interesa concedernos un capricho para sentirnos bien cada cinco minutos sin tener que pensar. Nos interesa la implacable explotación y aplicación de nuestros derechos de propiedad intelectual. Nos interesa convencer a los niños de diez años para que gasten veinticinco dólares en una fundita de silicona guay para el iPod, cuya fabricación le cuesta a la filial autorizada de Apple Computer treinta y nueve centavos.

Libertad
Jonathan Franzen
Salamandra, 2011

lunes, 14 de diciembre de 2015

Asuntos internos

Colgó el abrigo y pensó que también podía quitarse la chaqueta. Había colegas en Jefatura que pensaban que los tirantes eran un signo de afectación, pero había perdido casi seis kilos y no le gustaba llevar cinturón. No eran unos tirantes llamativos: azul oscuro, sobre una camisa azul claro, y se había puesto una corbata rojo oscuro. Dejó la chaqueta en el respaldo de la silla, la alisó en los hombros, se sentó, abrió los cierres de la cartera y sacó los papeles sobre Glen Heaton. Heaton era la razón del conciso aplauso. El caso Heaton había sido un éxito. Él y su equipo habían tardado casi un año en instruirlo y la oficina del fiscal acababa de aceptarlo: tras ser amonestado e interrogado, Heaton iría a juicio. 

Glen Heaton: quince años en el Cuerpo como agente, once de ellos en el DIC, y la mayor parte de éstos infringiendo las reglas en provecho propio. Pero se había pasado demasiado de la raya, filtrando información no sólo a sus amigos de los medios de comunicación, sino también a los delincuentes. Y eso le había acercado cada vez más a la órbita de atención de Asuntos Internos.

Departamento de Investigación de Conducta, nombre completo que recibía su oficina, integraba a los polis que investigaban a otros polis. Eran la «Brigada silenciosa», los «Tacones de goma», en cuyo seno había otro grupo aún más reducido: la unidad de Ética Profesional.

Asuntos internos
Ian Rankin
Editorial RBA, 2010