martes, 22 de noviembre de 2016

Palmeras en la nieve



PASOLOBINO, 2003

Unas pocas líneas hicieron que Clarence sintiera primero una gran curiosidad y después una creciente inquietud. En sus manos sostenía un pequeño pedazo de papel que se había adherido a uno de los muchos sobres casi transparentes, ribeteados de azul y rojo, en los que se enviaban las cartas por avión y por barco hacía décadas. El papel de las cartas era fino, para que pesase menos y el importe del envío fuese más barato. Como consecuencia, en ligeras y pequeñas pilas de papel se acumulaban retazos de vidas apretadas en palabras que pugnaban por no salirse de los inexistentes márgenes.
Clarence leyó por enésima vez el trozo de papel escrito con caligrafía diferente a la de las cartas extendidas sobre la mesa del salón:

... yo ya no regresaré a F° P°, así que, si te parece, volveré a recurrir a los amigos de Ureka para que puedas  seguir enviando tu dinero. Ella está bien, es muy fuerte, ha tenido que serlo, aunque echa en falta al bueno de su padre, que, lamento decirte, porque sé cuánto lo sentirás, falleció hace unos meses. Y tranquilo, que sus hijos también están bien, el mayor, trabajando, y el otro, aprovechando los estudios. Si vieras qué diferente está todo de cuando...

Eso era todo. Ni una fecha. Ni un nombre.
¿A quién iba dirigida esa carta?

Palmeras en la nieve
Luz Gabás
Temas de hoy, 2012

*En la imagen, Kilian y Jacobo de Casa Rabaltué, en la película basada en la novela.

lunes, 3 de octubre de 2016

El libro de los Baltimore


El porvenir ya no está en los libros, Goldman.

—¿Ah, no? ¿Y dónde se encuentra ese porvenir suyo, Roy?  
—¡En el cine, Goldman, en el cine!  
—¿En el cine?  

—¡El cine, Goldman, ese es el porvenir! ¡Ahora la gente quiere imágenes! ¡La gente ya no quiere pensar, quiere que la guíen! Está esclavizada de la mañana a la noche y cuando vuelve a casa, se siente perdida: su amo y patrono, esa mano bienhechora que la alimenta, no está ahí para pegarle y conducirla. Afortunadamente, está la televisión. El hombre la enciende, se prosterna y le entrega su destino. ¿Qué debo comer, Amo?, le pregunta a la televisión. ¡Lasaña congelada!, le ordena la publicidad. Y se va de cabeza a meter en el microondas el comistrajo ese. Luego vuelve a hincarse de rodillas y pregunta de nuevo: Amo, ¿y qué debo beber? ¡Coca-Cola hiperazucarada!, le grita la televisión, irritada. Y venga a dar órdenes: ¡Sigue zampando, cerdo, sigue zampando! Que las carnes se te pongan sebosas y fláccidas. Y el hombre obedece. Y el hombre se empapuza. Luego, pasada la hora de comer, la tele se enfada y cambia de anuncios: ¡Estás gordísimo, eres feísimo! ¡Corre a hacer gimnasia! ¡Ponte guapo! ¡Y usted se compra unos electrodos que le esculpen el cuerpo, unas cremas que le inflan los músculos mientras duerme, unas pastillas mágicas que hacen por usted toda esa gimnasia que usted ya no hace porque está digiriendo pizza! Así funciona el ciclo de la vida, Goldman. El hombre es débil. Por instinto gregario, le gusta apiñarse en unas salas oscuras que se llaman cines. Y ¡bum! Lo bombardean con anuncios, palomitas, música, revistas gratuitas y, justo antes de la película, tráilers que le dicen: «¡Pazguato, te has equivocado de película, vete a ver esta otra, que es mucho mejor!». ¡Sí, pero resulta que usted ya ha pagado la entrada, está atrapado! Asíque tendrá que volver para ver esa otra película, y también pondrán antes un tráiler que le recordará que no es más que un pobre pardillo, y usted, desgraciado y deprimido, se irá a engullir refrescos y helados de chocolate carísimos durante el descanso para olvidarse de su mísera existencia. Puede que ya solo quede usted, y también un puñado de resistentes, amontonados en la última librería del país, pero no podrán luchar indefinidamente: la horda de zombis y esclavos acabará ganando.

El libro de los Baltimore
Joël Dicker
Alfaguara, 2016

*Así me imagino yo la casa de los Goldman-de-Baltimore, en Oak Park.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Lo que a nadie le importa


Mi nacimiento coincidió con la jubilación de José Molina. Que te entreguen la tarjeta dorada de Renfe al mismo tiempo que te ofrecen tu primer nieto para que lo cojas en brazos debe dar vértigo y náuseas. Un día eres un empleado del Corte Inglés, tirano padre de hijos asustados y fotógrafo adúltero de mujeres muertas, y al día siguiente eres un  anciano con ofertas del Imserso en el buzón y un nieto flacucho y moribundo que no sabes cómo sostener porque hace mucho tiempo que no coges un bebé. La ancianidad no llegó sibilina, anunciándose con ahogos, crujidos de huesos y susurros arrugados en el espejo. A mi abuelo, la vejez se le echó encima de un día para otro. Ya es usted un anciano, le dijo el mundo, tome sus tarifas reducidas de metro y el cochecito de su nieto y empiece a comportarse como un viejo. Líe tabaco, hable de la guerra y quéjese de la juventud, que no respeta nada.

Debería estar prohíbido jubilarse y tener nietos a la vez. Es mucho de repente, como si la vida te desterrara con una patada a la Siberia de las clases pasivas.

Lo que a nadie le importa
Sergio del Molino
Random House, 2014

*En la foto está mi padre, el abuelo Julio, con sus nietas Amanda y Valeria, en el año 2002

viernes, 9 de septiembre de 2016

Puro fuego


Flaca y ágil como una serpiente se desliza con esfuerzo por una rendija entre dos edificios, nadie va a creer que Legs Sadovsky se escabulló por un espacio tan angosto, luego ya está corriendo en la oscuridad exterior bajo una mansa y tibia lluvia de verano y se agazapa detrás de la casita A notando que unos ojos se le clavan en la espalda y en lo alto de la cabeza y tensando todo el cuerpo en espera de la rociada de balas como en una película de tema carcelario pero no sucede nada, nadie le grita dándole el alto, no suena ninguna alarma y al llegar al muro —¡al muro!— no vacila sino que salta hacia arriba para colgarse del áspero bloque de cemento, romo e informe, salta hacia arriba como un gamo alcanzado en el corazón por un disparo, salta hacia arriba, más arriba, asiéndose y aferrándose y volviendo a caer, y se muerde el labio inferior hasta hacerse sangre, sonríe pensando en lo asombrada que esta vez se quedará Maddy Wirtz cuando la vea entrar a gatas en su cuarto, piensa FOXFIRE ARDE Y ARDE SIN CESAR y ¡FOXFIRE NUNCA MIRA ATRÁS! hasta que por último la agarran, le gritan, se la llevan levantándola medio en vilo mientras se retuerce y patalea y una de las guardias dice tienes suerte de que te hayamos atrapado ahí, si llegas a saltar el muro te caen otros seis meses de fijo.

Puro Fuego
Joyce Carol Oates
Punto de lectura, 2008

Donde los escorpiones


Poco después, mientras madre e hija departían en la cocina, tuve con el coronel una segunda vuelta de aquella conversación, aunque en un tono mucho menos vehemente y algo más profesional.    

—¿Os han dado alguna formación de autoprotección, por si tenéis que salir del recinto de la base? O para las amenazas que puedan presentarse allí dentro. En esos sitios casi es más peligroso el escenario green-on-blue, un posible ataque de afganos supuestamente leales.    

—Lo sé —dije, para darle sensación de controlar—. Así se llevaron por delante a dos compañeros nuestros allí, hace unos años 

—¿Y entonces? —insistió.    

—Nos han dado instrucciones básicas —mentí, y para calmar mi conciencia añadí algo que fuera cierto—: Además, tenemos un equipo de gente allí, personal entrenado y escogido, de nuestras unidades de acción rápida. Nos darán seguridad en lo que necesitemos.    

El coronel sopesó la información. Pareció complacerle.    

—Mejor así. La madre está insoportable. No vamos a descansar hasta que regrese. Cuídamela, te lo pido como favor personal.    

—No tiene que pedírmelo. Mi gente es lo primero, para mí.   

 —Así debe ser —asintió, solemne.    

A eso de la medianoche los dejamos allí, en su casita acariciada por la brisa de la bahía. Mientras Chamorro ponía el coche en movimiento, miré cómo quedaban atrás, en esa soledad desvalida que algún día es la de todos los que somos padres, cuando comprendemos que no estaremos para amparar frente a todo mal a nuestros hijos y que hemos de confiar en otros que tal vez no puedan, no quieran, no sepan.

Donde los escorpiones
Lorenzo Silva
Destino, 2016

viernes, 15 de julio de 2016

Irene



Estructuralmente, es un obseso. A pesar de las apariencias, no hay duda de que no está afectado por un delirio destructivo. Más bien por un delirio posesivo que lleva a la destrucción, pero no constituye la parte más importante de su búsqueda. Quiere poseer mujeres, pero esa posesión no le aporta tranquilidad. Entonces las tortura. Pero esa tortura tampoco le tranquiliza, por lo cual las mata. Sin embargo, el asesinato no tiene ningún efecto. Puede poseerlas, violarlas, torturarlas, descuartizarlas o ensañarse con ellas, la cosa no tiene solución. Lo que busca no es de este mundo. Sabe confusamente que nunca encontrará descanso. No se detendrá nunca porque su búsqueda no tiene fin. Ha adquirido, al cabo de los años, un auténtico odio por las mujeres. No por lo que son, sino porque son incapaces de aportarle consuelo. Ese hombre vive, en el fondo, un drama de soledad

Irene 
Pierde Lemaitre
2006

jueves, 2 de junio de 2016

Tiempos de hielo

El faro de la Isla de Grimsey, en Islandia
Rögnvar aspiró varias bocanadas seguidas, cerrando los ojos.    

-De la estela no se podía sacar ningún trozo. Entonces escogí una pequeña roca lisa que había al lado; la chica no iba venir a comprobarlo, ¿verdad? Y me volví al bote. En el momento de arrancar el motor, sentí un dolor espantoso en la pierna izquierda. Como si me hubieran prendido fuego en los huesos. Grité, me agarré al bote y caí dentro mientras me sujetaba la pierna. Y la calma era menos calma. Algo gruñía, jadeaba, incluso apestaba. Apestaba a podrido, apestaba a muerte. Con una mano, me apretaba la pierna y con la otra sujetaba el timón; volví lo más rápido que pude, casi choco contra el espigón del puerto. Dalvin y Tryggvi llegaron corriendo y todo fue rápido. Me llevaron a toda velocidad al hospital de Akureyri y allí, sin más, me cortaron la pierna. Me desperté así. No había ni una herida, nada. Solo era la pierna que se estaba pudriendo simplemente, sin razón, azul y verde. Incluso salió un artículo en el periódico. Una hora más y la hubiera palmado. Era el afturganga, había querido matarme.

-¿Qué es el afturganga? —preguntó Adamsberg.

-El muerto viviente, el demonio que posee la isla. Ahora ya tienes tu historia, Almar.

Tiempos de Hielo
Fred Vargas, 2015


jueves, 26 de mayo de 2016

Sumisión

   En cuanto llegué al restaurante vasco al que había invitado a cenar a Aurélie, comprendí que iba a ser una velada siniestra. A pesar de las dos botellas de Irouléguy blanco que me bebí prácticamente solo, sentí una creciente dificultad, que pronto se volvió insalvable, para mantener un nivel razonable de comunicación calurosa. Sin que lograra verdaderamente explicármelo enseguida me pareció indelicado y casi impensable evocar recuerdos comunes. En cuanto al presente, era evidente que Aurélie no había logrado entablar una relación conyugal, que las aventuras ocasionales cada vez la hastiaban más, en resumen, que su vida sentimental se encaminaba a un desastre irremediable y absoluto. Sin embargo, lo había intentado por lo menos una vez, como comprendí por diversos indicios, y no se había recuperado de ese fracaso, el resentimiento y la acritud con que evocaba a sus colegas masculinos (a falta de algo mejor, nos pusimos a hablar de su vida profesional, era responsable de comunicación en el sindicato interprofesional de los vinos de Burdeos y por consiguiente viajaba mucho, en particular a Asia, para promocionar los vinos franceses) revelaban con cruel evidencia que estaba muy castigada. Me sorprendió cuando, sin embargo, me invitó, justo antes de salir del taxi, a «tomar una última copa», está realmente para el arrastre, me dije, ya sabía en cuanto se cerraron las puertas del ascensor detrás de nosotros que no pasaría nada, no me apetecía siquiera verla desnuda, hubiera preferido evitarlo pero, sin embargo, ocurrió y no hizo más que confirmar lo que ya presentía: no sólo estaba castigada en el terreno emocional sino que su cuerpo también había sufrido daños irreparables, sus nalgas y sus senos eran superficies de carne enflaquecidas, reducidas, fláccidas y colgantes, ya no podría ser considerada nunca un objeto de deseo.

Mi cena con Sandra se desarrolló más o menos siguiendo el mismo esquema, salvo variaciones individuales (restaurante de marisco, cargo de secretaria de dirección en una multinacional farmacéutica) y la conclusión fue a grandes rasgos idéntica salvo que Sandra, más rolliza y jovial que Aurélie, me dio una sensación de desamparo menos profunda. Su tristeza era muy grande, irremediable, y sabía que acabaría anegándolo todo; al igual que Aurélie, en el fondo no era más que un pájaro cubierto de chapapote, pero conservaba, por así decirlo, mayor capacidad para batir las alas. En uno o dos años habría dejado de lado cualquier ambición matrimonial, su sensualidad aún no extinguida del todo la empujaría a buscar la compañía de jóvenes, se convertiría en lo que en mi juventud se llamaba una cougar y eso duraría sin duda unos años, una decena en el mejor de los casos, hasta que el decaimiento esta vez insalvable de sus carnes la conduciría a una soledad definitiva.          

Sumisión
Michel Houellebecq
Anagrama
Traducción de Joan Riambau 

miércoles, 25 de mayo de 2016

Un paseo por la sombra

  
Antes de aquel domingo recibí dos visitas. una de Shelagh Delaney, que me confesó que detestaba las manifestaciones, las algaradas y en general cualquier concentración masiva, pero que suponía que no nos quedaba más remedio que ir. Exactamente lo que sentí yo. La otra fue de Vanessa Redgrave, profundamente excitada, como una joven y hermosa Juana de Arco, o una Bodiacea, hablando sin cesar de la brutalidad de la policía. Se hacía tarde e insinué que tenía ganas de acostarme. Se puso en pie con toda su elegante altura e inquirió: "¿Cómo puedes siguiera pensar en ir a dormir en una noche así?". Es un tópico que la etapa que uno acaba de superar resulta intolerable cuando la ve en otro. Y yo pensaba: "Dios mío, así era yo no hace tanto tiempo. ¿Cómo me soportaban los demás?".
Un paseo por la sombra
Doris Lessing
Ediciones Destino
Traducción de María Faidella


martes, 17 de mayo de 2016

Diario de una buena vecina

   De repente sonríe. Se viste su grueso abrigo de escarabajo y su sombrero de verano, de paja negra, y nos dirigimos al Rose Garden Restaurant. Encuentro una mesa alejada del paso de la gente, con rosales tras ella y lleno una bandeja de pasteles de crema y pasamos la tarde allí. Comió y comió, a su manera lenta, apasionada, que quiere decir: ¡voy a meterme esto dentro mientras pueda!... y luego se limitó a permanecer sentada y a mirar y mirar. Sonreía, estaba encantada. Oh, pequeños, pequeños, repitió, pequeños... a los gorriones, a las rosas, a un niño en su cochecito cerca de ella. Pude advertir que ella estaba fuera de sí con un placer feroz, casi rabioso, este mundo cálido de luz era como un espléndido regalo. Porque lo había olvidado, en aquel triste sótano, en aquellas tristes calles.
   Me preocupaba que fuera excesivo para ella dentro de aquel grueso caparazón negro, porque hacia mucho calor y había mucho ruido. Pero ella no quería irse. Se quedó allí hasta que cerraron.
   Y cuando la acompañé a casa iba cantando ensoñadoramente, la acompañé hasta la puerta y me dijo:
   -No, déjeme, déjeme, quiero estar sola y pensar en esto. Ah, tengo que pensar en tantas cosas maravillosas.
   Lo que me sorprendió, al verla a plena luz del día, fue su color amarillo. Unos ojos azules brillantes en una cara que parece pintada de amarillo.


Diario de una buena vecina
Doris Lessing
1993. Ediciones B
Traducción de Marta Pessarrodona

lunes, 9 de mayo de 2016

Estupor y temblores


Mi vida era un infierno: trombas de números con comas y decimales se abalanzaban incesantemente sobre mí. Se mutaban en mi cerebro formando un magma opaco y no podía diferenciarlos unos de otros. Un oculista certificó que mi vista no tenía nada que ver en el asunto. Las cifras, cuya tranquila y pitagoriana belleza yo siempre había admirado, se convirtieron en mis enemigas. La calculadora también me quería mal. A mis numerosas limitaciones psicomotrices había que añadir otra: cuando debía presionar las teclas durante más de cinco minutos, mi mano se encontraba de pronto tan enviscada como si acabara de hundirla en una espesa y pegajosa masa de puré de patatas. Cuatro de mis dedos permanecían irremediablemente inmovilizados; sólo el índice conseguía emerger hasta alcanzar las teclas, con una lentitud y una torpeza incomprensibles para quien no supiera de la existencia de las patatas invisibles. (…) Empezaba observando cada nuevo número con la misma sorpresa que debió de sentir Robinson al encontrar a un indígena en aquel desconocido territorio; a continuación, mi mano entumecida intentaba reproducirlo sobre el teclado (…)

—¿Está usted segura de que no lo hace adrede?

—Absolutamente segura.

—¿Hay mucha gente... como usted en su país?

Era la primera belga que conocía. Un sobresalto de orgullo nacional me llevó a decir la verdad:

—Ningún belga se parece a mí.

Estupor y temblores
Amélie Nothomb
Anagrama, 2000

*Así me imagino yo a la señorita Mori Fubuki

miércoles, 4 de mayo de 2016

El héroe discreto


El padre O’Donovan debía ser el único religioso que se desplazaba por la vasta Lima no en ómnibus ni colectivos, sino en bicicleta. Decía que era el único ejercicio que hacía, pero que lo practicaba de manera tan asidua que lo mantenía en excelente estado físico. Por lo demás, le gustaba pedalear. Mientras lo hacía pensaba, preparaba sus sermones, escribía cartas, programaba los quehaceres del día. Eso sí, había que estar todo el tiempo muy alerta, sobre todo en las esquinas y en los semáforos que en esta ciudad nadie respetaba, y donde los automovilistas manejaban más con la intención de atropellar a los peatones y a los ciclistas que la de llevar su vehículo a buen puerto. Pese a ello, él había tenido suerte, pues, en más de veinte años que llevaba recorriendo toda la ciudad en dos ruedas, apenas lo habían atropellado una vez, sin mayores consecuencias, y sólo le habían robado una bicicleta. ¡Excelente balance! 

El sábado, a eso del mediodía, Rigoberto y Lucrecia, que espiaban la calle desde la terraza del penthouse donde vivían, vieron aparecer al padre O’Donovan pedaleando furiosamente por el malecón Paul Harris de Barranco. Sintieron gran alivio. Les parecía tan raro que el religioso hubiera demorado tanto la cita para darles cuenta de su conversación con Fonchito que, incluso, temieron que se inventara una excusa de último momento para no venir. ¿Qué podía haber pasado en esa conversación para que se mostrara tan reticente a contársela?

Justiniana bajó a la calle a decirle al portero que permitiera al padre O’Donovan meter su bicicleta al edificio para ponerla a salvo de los ladrones y lo acompañó en el ascensor. Pepín abrazó a Rigoberto, besó a Lucrecia en la mejilla, y pidió permiso para ir al baño a lavarse las manos y la cara pues venía sudando. 

—¿Cuánto te demoraste en tu bicicleta desde Bajo el Puente? —le preguntó Lucrecia. 

—Apenas media hora —dijo él—. Con los embotellamientos que hay ahora en Lima, en bicicleta se va más rápido que en un auto

*La imagen es de Piura

El héroe discreto
Mario Vargas Llosa
Alfaguara, 2013

viernes, 29 de abril de 2016

El tren de los huérfanos



 
Tengo 91 años, y casi todos los que alguna vez formaron parte de mi vida son ahora fantasmas. En ocasiones, estos espíritus me han resultado más reales que la gente, más reales que Dios. Llenan el silencio con su peso, denso y caliente, como la masa de pan que leuda bajo un trapo. Mi abuela, con sus ojos amables y piel como polvo de talco. Mi padre, sobrio, riendo. Mi madre, entonando una canción. Estas encarnaciones fantasmales se han despojado de la amargura, el alcohol y la depresión, y una vez muertos me consuelan y protegen como nunca lo hicieron en vida.
“He llegado a pensar que eso es el cielo: un lugar en el recuerdo de otros donde pervive lo mejor de nosotros. Quizá tengo suerte, porque a los nueve años me regalaron los fantasmas de lo mejor de mis padres y a los 23 el fantasma de lo mejor de mi amor verdadero. Y mi hermana Maisei, siempre presente, un ángel en mi hombro. Tenía 18 meses a mis nueve años, tres años a mis veinte. Ahora tiene 84 a mis 91, y sigue conmigo.
“Tal vez no sustituyen a los vivos, pero a mí no me dieron elección. Podía consolarme con su presencia o podía derrumbarme, lamentando lo que había perdido. Los fantasmas me susurraron, diciéndome que continuara”…
 

Traducción de Javier Guerrero
 

Las mujeres de Elena Ferrante


Pero a veces —especialmente cuando me arreglaba no solo para hacer buen papel en general, sino para un hombre— me parecía que prepararme (esta era la palabra) tenía algo de ridículo. Todo ese trajín, todo ese tiempo dedicado a disfrazarme cuando podía estar haciendo otra cosa. Los colores que me quedan bien, los que no me quedan bien, los modelos que me adelgazan, los que me engordan, el corte que me favorece, el que no me sienta bien. Una larga y costosa preparación. Un convertirme en mesa dispuesta para el apetito sexual del macho, en vianda bien adobada para que se le haga la boca agua. Y después la inquietud de no estar a la altura, de no parecer guapa, de no haber conseguido ocultar con destreza la vulgaridad de la carne con sus humores, sus olores, sus deformidades. Pág. 417



Elena Ferrante
Celia; Filipetto Isicato (Traductora).

lunes, 25 de abril de 2016

El domador de leones


Por primera vez en mucho tiempo, sintió como una punzada el deseo de hacerse a la mar. Pero no habría sido posible ni aunque hubiera tenido un barco: la capa de hielo era demasiado gruesa y los pocos barcos que habían arrastrado a tierra estaban helados en el puerto. En eso se parecían a ella. Así se había sentido todos aquellos años: tan cerca de su elemento natural y, aun así, incapaz de salir de su prisión.    

Sobrevivió gracias a Jonas. El amor que sentía por él era tan fuerte que todo lo demás palidecía. Durante toda su vida, ella estuvo preparada para poder interponerse entre él y el tren desbocado que ahora estaba a punto de arrollarlo. Estaba preparada y no abrigaba la menor duda. Todo lo que hacía por Jonas, lo hacía con alegría.    

Se detuvo y contempló el busto de Ingrid Bergman. Estuvo con Jonas en la ceremonia de inauguración. También presentaron la variedad de rosa que habían cultivado en su memoria. Jonas estaba expectante. Los hijos de Ingrid iban a asistir, y también la novia del hijo, Carolina de Mónaco. Jonas tenía esa edad en la que el mundo está lleno de caballeros y dragones, príncipes y princesas. Seguramente, habría preferido ver a un caballero, pero una princesa también le valía. Era muy enternecedor ver el entusiasmo con el que se preparó para asistir al gran acontecimiento. Se peinó con gomina y recogió flores del jardín, dicentra y campanillas, que acabaron bastante ajadas en sus manos sudorosas antes de que llegaran a la plaza. Como era de suponer, Einar se burló de él sin compasión, pero, por una vez, Jonas no le hizo caso. Solo pensaba en que iba a ver a una princesa de verdad.    

Helga aún recordaba la expresión de sorpresa y decepción cuando le señaló a Carolina de Mónaco. La miró temblando y dijo:   

 —Pero mamá, es como una señora cualquiera

El domador de leones
Camilla Lackberg
Maeva, 2015

sábado, 2 de abril de 2016

Los besos en el pan


Los españoles siempre hemos sido pobres, incluso en la época en que los reyes de España eran los amos del mundo, cuando el oro de América atravesaba la península sin dejar a su paso nada más que el polvo que levantaban las carretas que lo llevaban a Flandes, para pagar las deudas de la Corona. En el Madrid de mediados del siglo XX, donde un abrigo era un lujo que no estaba al alcance de las muchachas de servicio ni de los jornaleros que paseaban por las calles para hacer tiempo, mientras esperaban la hora de subirse al tren que los llevaría muy lejos, a la vendimia francesa o a una fábrica alemana, la pobreza seguía siendo un destino familiar, la única herencia que muchos padres podían legar a sus hijos. Y sin embargo, en ese patrimonio había algo más, una riqueza que los españoles de hoy hemos perdido.  

Por eso los mayores tienen menos miedo. Ellos hacen memoria de su juventud y lo recuerdan todo, el frío, los mutilados que pedían limosna por la calle, los silencios, el nerviosismo que se apoderaba de sus padres si se cruzaban por la acera con un policía, y una vieja costumbre ya olvidada, que no supieron o no quisieron transmitir a sus hijos. Cuando se caía un trozo de pan al suelo, los adultos obligaban a los niños a recogerlo y a darle un beso antes de devolverlo a la panera, tanta hambre habían pasado sus familias en aquellos años en los que murieron todas esas personas queridas cuyas historias nadie quiso contarles.

Los niños que aprendimos a besar el pan hacemos memoria de nuestra infancia y recordamos la herencia de un hambre desconocida ya para nosotros, esas tortillas francesas tan asquerosas que hacían nuestras abuelas para no desperdiciar el huevo batido que sobraba de rebozar el pescado. Pero no recordamos la tristeza. 

Los besos en el pan
Almudena Grandes
Tusquets Editores, 2015

jueves, 10 de marzo de 2016

New Order, Joy Division y yo


Pienso que "Love Will Tear Us Apart" es una de las canciones de amor más hermosas que se hayan escrito nunca. No es una canción de amor al uso, no es un himno triunfal vacío que pretenda romper el corazón o algo así; es auténtica, es real, se balancea de un lado a otro entre la fuerza absoluta y la introspección reflexiva, porque eso era exactamente lo que le estaba sucediendo a la persona que escribía la letra. "Love Will Tear Us Apart" es un corte en carne viva de una vida real, atrapada en el tiempo. 

Sabíamos que era una buena canción, pero nuestro principal objetivo había sido simplemente dar con algo que funcionara bien en directo, que consiguiera excitar a la gente para convertir al público en una masa que dejara de agitar brazos y piernas. Indudablemente es una gran canción, con sus contrastes, sus puntos culminantes, sus bajadas, y es bastante inusual porque no se ajusta a una estructura regular: no tiene ningún puente, por ejemplo, pero es una gran canción para tocar en directo, como un verdadero vendaval. 

New Order, Joy Division y yo
Bernard Sumner
Sexto Piso, 2015

lunes, 22 de febrero de 2016

Los hombres duros no bailan


Una noche, Frank Costello estaba sentado en un club nocturno, en compañía de su rubia, una chavala muy guapa, y en su mesa estaban también Rocky Marciano, Tony Canzoneri y Dos Toneladas Tony Galento. Una reunión de italianos. La orquesta tocaba. Y Frank va y le dice a Galento: «Anda, baila con Gloria.» Esto pone nervioso a Dos Toneladas. No le gusta bailar con la chica del gran hombre. ¿Y si la rubia se le arrima demasiado? Así que le dice: «Bueno, señor Costello, ya sabe que no soy un gran bailarín.» Y Frank le contesta: «Y una mierda, bailas muy bien. Baila con Gloria.» El caso es que se levanta y da un par de vueltas por la pista con la muchacha, manteniéndola muy alejada, y cuando vuelve con la chica a la mesa, Costello le pide lo mismo a Canzoneri. Tony saca a bailar a la rubia. Luego le llega el turno a Rocky Marciano. Éste es el único que se considera lo bastante importante para llamar a Costello por el nombre de pila, y le dice: «Señor Frank, ya se sabe que los pesos pesados no nos lucimos en una pista de baile.» Frank Costello le contesta: «Sal a la pista y baila con Gloria.» Mientras bailan, Gloria aprovecha la ocasión para decirle al oído: «Oye, hazme un favor. A ver si consigues que el tío Frank dé unos pasitos conmigo.» Terminado el baile, Rocky lleva a la chica a la mesa, sintiéndose un poco más relajado, en tanto que los demás ya se han tranquilizado. Comienzan a pinchar al gran hombre, con mucho cuidado, ¿comprendes?, sólo bromeando un poco: «¡Venga, señor Costello…!» «¡Vamos, señor Costello, complazca a la señorita!» Y Gloria le dice: «Sí, ¡por favor…!» Y los otros dicen: «Ahora le toca a usted, señor Frank. Pero Costello niega con la cabeza y dice: «Los tipos duros no bailan.»    

Mi padre tuvo cuatro o cinco frases favoritas a lo largo de su vida, y era raro que no aprovechara la oportunidad de soltarle alguna. Inter Jaeces et urinam nascimur parecía ser la definitiva y la más triste; en cambio, la más alegre era: «No hables, que le quitas el viento a la vela.» Pero durante mi adolescencia su frase habitual fue: «Los tipos duros no bailan.

Los tipos duros no bailan
Norman Mailer
Anagrama, 1997

*En la foto, Rocky Marciano y sus colegas en el London’s Colony Club en Mayfair

domingo, 14 de febrero de 2016

Jinetes en la Tormenta



El 28 de junio de 1978, Bob Marley actuó en Ibiza (¡en la Plaza de Toros!). Concertamos una entrevista para ‘Popgrama’, pero, finalmente, no pude acudir. Sí viajaron otros compañeros, que mantuvieron un encuentro con Bob que resultó en un sublime diálogo-de-besugos. Sin embargo, el reportaje del concierto que hizo TVE fue muy buscado por Island para incorporarlo a un documental sobre el difunto. Ah, dos años después, el Gobierno Civil prohibió la presentación de Marley en Madrid, tras unos sonados alborotos en un concierto de Lou Reed. Para nuestra desgracia, nunca vimos a Bob en la capital. Todavía me indigna recordarlo.

Lo saben todos los viajeros avezados: Bob Marley es omnipresente. En un puerto de Polinesia, en una choza perdida por la sabana africana, en un centro comercial japonés, en el rincón más insospechado surge su imagen hirsuta o su vibrante música. En palabras de Andrés Calamaro, “la voz de Marley te toca, primero, por esa fatiguita que conmueve; luego te reconforta, ya que cuenta que en algún lugar del mundo está brillando el sol y la vida es simple”.

Para la historia, Bob Marley ha quedado como la primera estrella global surgida de un gueto poscolonial. Y la suya no fue una fama fugaz. Tras su muerte, en 1981, su música se ha difundido más que antes. “Legend”, recopilación de sus grandes éxitos que Island sacó en 1984, es un pasmoso fenómeno comercial: no ha dejado de venderse, llegando a despachar hasta un millón de copias anuales en momentos de la década de los noventa. Las sinuosas canciones de Marley son consumidas por sucesivas generaciones que se han apuntado a la liturgia canábica de la teología rastafariana, pero también por gente que sería incapaz de liarse un porro.

Jinetes en la Tormenta
Diego Manrique
Espasa, 2013