martes, 22 de noviembre de 2016

Palmeras en la nieve



PASOLOBINO, 2003

Unas pocas líneas hicieron que Clarence sintiera primero una gran curiosidad y después una creciente inquietud. En sus manos sostenía un pequeño pedazo de papel que se había adherido a uno de los muchos sobres casi transparentes, ribeteados de azul y rojo, en los que se enviaban las cartas por avión y por barco hacía décadas. El papel de las cartas era fino, para que pesase menos y el importe del envío fuese más barato. Como consecuencia, en ligeras y pequeñas pilas de papel se acumulaban retazos de vidas apretadas en palabras que pugnaban por no salirse de los inexistentes márgenes.
Clarence leyó por enésima vez el trozo de papel escrito con caligrafía diferente a la de las cartas extendidas sobre la mesa del salón:

... yo ya no regresaré a F° P°, así que, si te parece, volveré a recurrir a los amigos de Ureka para que puedas  seguir enviando tu dinero. Ella está bien, es muy fuerte, ha tenido que serlo, aunque echa en falta al bueno de su padre, que, lamento decirte, porque sé cuánto lo sentirás, falleció hace unos meses. Y tranquilo, que sus hijos también están bien, el mayor, trabajando, y el otro, aprovechando los estudios. Si vieras qué diferente está todo de cuando...

Eso era todo. Ni una fecha. Ni un nombre.
¿A quién iba dirigida esa carta?

Palmeras en la nieve
Luz Gabás
Temas de hoy, 2012

*En la imagen, Kilian y Jacobo de Casa Rabaltué, en la película basada en la novela.