jueves, 2 de junio de 2016

Tiempos de hielo

El faro de la Isla de Grimsey, en Islandia
Rögnvar aspiró varias bocanadas seguidas, cerrando los ojos.    

-De la estela no se podía sacar ningún trozo. Entonces escogí una pequeña roca lisa que había al lado; la chica no iba venir a comprobarlo, ¿verdad? Y me volví al bote. En el momento de arrancar el motor, sentí un dolor espantoso en la pierna izquierda. Como si me hubieran prendido fuego en los huesos. Grité, me agarré al bote y caí dentro mientras me sujetaba la pierna. Y la calma era menos calma. Algo gruñía, jadeaba, incluso apestaba. Apestaba a podrido, apestaba a muerte. Con una mano, me apretaba la pierna y con la otra sujetaba el timón; volví lo más rápido que pude, casi choco contra el espigón del puerto. Dalvin y Tryggvi llegaron corriendo y todo fue rápido. Me llevaron a toda velocidad al hospital de Akureyri y allí, sin más, me cortaron la pierna. Me desperté así. No había ni una herida, nada. Solo era la pierna que se estaba pudriendo simplemente, sin razón, azul y verde. Incluso salió un artículo en el periódico. Una hora más y la hubiera palmado. Era el afturganga, había querido matarme.

-¿Qué es el afturganga? —preguntó Adamsberg.

-El muerto viviente, el demonio que posee la isla. Ahora ya tienes tu historia, Almar.

Tiempos de Hielo
Fred Vargas, 2015