martes, 28 de abril de 2015

Corazón de napalm

Antes de liarme con Juan, yo ya había tenido varios novios, y aunque de dos o tres de ellos había estado (o me había sentido) enamorada, siempre supe que esas relaciones no iban a durar. Quizá porque soy insegura, y por tanto, celosa, y temía que me dejaran por otra (lo que sucedió más de una vez, pero no todas). Pero una causa adicional determinaba la brevedad de mis affaires sentimentales: para mantenerlos, yo hacía un esfuerzo que no estaba dispuesta a prolongar por mucho tiempo. Disimulaba y, como el actor que sólo se deja fotografiar por el perfil bueno, procuraba que mis enamorados únicamente vieran mis virtudes y mis atractivos y ponía mucho cuidado en que ni sospecharan mis defectos (no siempre lo conseguía, por supuesto). Eso significaba que al levantarme de la cama junto al novio de turno, no sólo corría a mirarme al espejo del baño para arreglarme el pelo y quitarme las legañas, sino además fingía poseer cualidades que, en verdad, no tenía, o muy ocasionalmente. Así intentaba mostrarme más desinteresada, entusiasta, paciente, ordenada y alegre de lo que era y no dejaba aflorar mis sentimientos de envidia, rencor, despecho o irritación, pues temía que, de hacerlo, se desencantaran de mí. Suponía que si llegaban a conocerme tal y como era, no podrían quererme, de ahí que pretendiera ser otra, pero ese engaño conllevaba tensión y un gran desgaste, no podía sostenerlo indefinidamente, por ello después de pasar todo un fin de semana representando a la mujer soñada, el lunes me refugiaba en mi estudio y me negaba a ver a mi amante, pues necesitaba descansar, no se puede estar actuando siempre.

Corazón de napalm
Clara Usón
Seix Barral
Premio Biblioteca Breve 2009

domingo, 26 de abril de 2015

Los olivos de Belchite

—Últimamente he estado un poco cansada —dijo.

Aparte de la visita semanal de rigor, cuando Conchita le traía un poco de comida y aceite, madre e hija se veían dos o tres veces por semana para hablar del tiempo, la cosecha, de María, Pilar, los nietos y poco más. Los encuentros se animaban cuando Soledad se les unía, pero aun así, los muchos años de distanciamiento entre madre e hija siempre pesaban. 

Las dos habían trabajado toda su vida y les resultaba difícil relajarse, por lo que su contacto con otras personas era a menudo tenso y fugaz. Siempre andaban con prisas, a pesar de las advertencias de Soledad, que sufría por su salud y por su falta de descanso. Pero Basilisa y Conchita sólo paraban cuando el cuerpo no podía más y les obligaba a meterse en la cama, exhaustas, como le ocurría ahora a la abuela. Madre e hija sólo conocían dos velocidades: encendida o apagada.

Los olivos de Belchite
Elena Moya
Editorial Suma


martes, 21 de abril de 2015

Las ventajas de ser un marginado

Querido amigo:


Era uno de esos días en los que no me importaba ir al instituto porque hacía un tiempo precioso. El cielo estaba encapotado de nubes y el aire parecía darme un baño caliente. No creo que me haya sentido nunca tan limpio. Cuando volví a casa tuve que cortar el césped para ganarme la paga y no me importó nada. Iba escuchando música, y disfrutando el día, y recordando cosas. Cosas como caminar por el barrio y contemplar las casas y el césped y los árboles de colores y que eso me bastara.
       No sé nada sobre el zen o las cosas que los chinos o los indios hacen porque forma parte de su religión, pero una de las chicas de la fiesta, que llevaba un tatuaje y un piercing en el ombligo, se había hecho budista en julio. Apenas habla de otra cosa, salvo de lo caros que están los cigarrillos. La he visto varias veces a la hora de comer, fumando entre Patrick y Sam. Se llama Mary Elizabeth.
      Mary Elizabeth me contó que lo que tiene el zen es que te conecta con todo el planeta. Eres parte de los árboles y la hierba y los perros. Cosas así. Hasta me explicó que su tatuaje simbolizaba eso, pero no puedo recordar de qué manera. Así que supongo que el zen es un día como este, en el que formas parte del aire y recuerdas cosas.


Las ventajas de ser un marginado
Stephen Chbosky
Traducción de Vanesa Pérez-Sauquillo
Alfaguara, 2012

martes, 14 de abril de 2015

Leche materna

Apenas se podía creer que su familia estuviese teniendo aquella hemorragia de dinero para aburrirse espantosamente por aquellas ningunas partes de la migración americana. Tanta carretera y tan pocos sitios, tanta efusividad y tan poca intimidad, tanto sabor y tan poco gusto. Anhelaba estar otra vez con los niños en Londres, alejarse de las prisas superficiales de América y regresar a la densidad de la vida corriente.



Leche materna
Edward St Aubyn
Anagrama, 2008

També això passarà

El nostre interior acaba atrapant-nos sempre. Acabarem sent qui som, la bellesa i la joventut només serveixen per camuflar-nos un temps. En certs moments, crec que començo a entreveure la cara que tindran els meus amics, ho ignoro tot de la dels meus fills, és massa aviat, estan inundats de la llum de la vida, reverberen, i amb prou feines m'atreveixo a mirar la meva, de reüll, des de lluny.


També això passarà
Milena Busquets
Ara Llibres, 2015

miércoles, 1 de abril de 2015

Saber perder

A veces paseaban a solas por los caminillos del Retiro y ella se detenía a saludar a algún conocido ecuatoriano que miraba a Lorenzo como si lo juzgara un usurpador. Si él le comentaba algo sobre las miradas como machetes que le prodigaban sus paisanos ella sólo decía no hagas caso, son hombres.
Yo he tardado mucho tiempo en poder soportar esas miradas de los hombres que parecen poseerte entera, le explicó un día Daniela. ¿Crees que no siento esos ojos que te manosean por delante y por detrás? Son miradas que te hacen sentirte como una puta sucia sobre la que ellos tienen derecho de disfrute. Los hombres son siempre muy agresivos. Lorenzo se veía en la obligación de justificarlos, decía que no siempre escondía violencia esa manera de mirar, a ratos podía ser una forma de admiración. Si un hombre quiere halagarte, le explicaba ella, sólo tiene que mirarte a los ojos y bajar la vista, no tiene por qué regodearse en tus pechos y en las caderas y acosarte. Esos que te desafían con la mirada cuando te ven conmigo son los mismos que me violarían con los ojos si me los encontrara sola.


Saber perder
David Trueba
Ed. Anagrama, 2008