jueves, 21 de mayo de 2015

Música para feos

    Era un viernes por la noche, o lo que es lo mismo, el momento más temido por una mujer como yo: joven, pero ya no tanto como para tener el alma y la piel libres de rasguños, y con algún recorrido a las espaldas, pero todavía no tanto como para comprarme un gato y no esperar nada más de la vida.  El temor se agrava cuando compruebas que en ese momento fatídico no tienes grabado en la agenda del móvil el número de nadie a quien puedas llamar sin que la perspectiva te inspire aburrimiento, asco o la mezcla de ambos. En esa situación, detestable y absurda, bien puede suceder que te prestes a probar alguna solución descabellada. Y eso fue, justamente lo que yo hice.
    Así fue como me dejé arrastrar por Alba, la más descerebrada, banal e imprudente de mis compañeras, a una de sus famosas correrías nocturnas, de las que, desde que yo la conocía, no había  sacado nunca nada bueno y sí más de un disgusto. Supongo que en la rapidez con que esa noche me dejé liar para lo que Alba no había podido liarme nunca antes debió de pesar alguna clase de impulso autodestructivo. No pasaba por mi mejor momento, en ningún sentido: ni en lo laboral, ni en lo personal, ni en la correspondencia de mi mente y mi cuerpo con lo que prefería que una y otra fueran. Es curioso lo poco que gobernamos nuestra existencia. Porque esa noche, en vez de estrellarme, encontré lo único hermoso y limpio que de veras he tenido.

Música para feos
Lorenzo Silva
Editorial Planeta, 2015

miércoles, 13 de mayo de 2015

A Lupita le gustaba planchar

Había dos jovencitas dentro del grupo y Lupita se dedicó a “recortarlas” duramente. Si había algo que le molestaba era la manera de vestir de las mujeres provenientes del campo. De inmediato aventaban el huipil y se enfundaban unos jeans, de ésos que se colocan a la altura de las caderas y se ponían unas ajustadas playeras por arriba del ombligo, que en conjunto no hacían otra cosa que resaltarles poderosamente la panza y las lonjas. Las imaginaba vestidas a la usanza tradicional de las comunidades indígenas de donde provenían y de inmediato recuperaban belleza y dignidad ante sus ojos. El trueque de la elegancia, originalidad y la hermosura de su ancestral vestimenta por la uniformidad de la ropa importada, fabricada en serie, carente de pasado y planeada para dar estatus a quien la portaba convertía a esas mujeres en usurpadoras. Al verlas Lupita se preguntaba ¿por qué se cortaban las trenzas y se hacían permanente igualito que el de la “Mami”?, ¿por qué se vestían de esa manera que en nada les favorecía?, ¿por qué hacían tanto esfuerzo por aparentar lo que no eran?

QUINIENTOS AÑOS ANTES          

Se castigaba con cien azotes, una multa de cuatro reales o con la prisión a aquellos que vistieran trajes indígenas. Los españoles habían prohibido su uso después de la conquista pues consideraban que los indígenas tenían que asumir una nueva manera de hablar, de vestir, de comer y de actuar bajo sus órdenes. A todos aquellos que obedecían les era permitido vestirse y alhajarse a la usanza española, como recompensa por su sometimiento a las nuevas leyes.

A Lupita le gustaba planchar
Laura Esquivel
Suma, 2014

miércoles, 6 de mayo de 2015

Trilogía del Baztán

Le dolían las piernas, la espalda, la cabeza. Sentada en la sala de espera del Instituto Navarro de Medicina Legal, pensaba en la multitud de ocasiones en las que había visto pasar a los familiares de las víctimas esperando, como ahora lo hacía ella. Recorrió la sala con la mirada, estudiando los gestos de sus compañeros, que se habían sentado juntos y susurraban con aquel tono reservado para los velatorios y que le hizo pensar en las mujeres reunidas en el caserío de los Ballarena. 

Se puso en pie y caminó hasta la ventana. Los copos grandes y secos habían blanqueado la calle amortiguando los sonidos de la ciudad, que parecía sorpresivamente detenida por la fuerza de la nevada. Pensó entonces que Elizondo estaría precioso, y más que nada en el mundo deseó volver a casa. Montes se colocó silencioso a su lado y con gesto de disculpa le tendió un vaso de papel lleno de café. Ella lo tomó de sus manos.     

—Usted sabía que estaba muerto cuando me llamó.


Señorío de Bértiz

Valle de Baztan


La foto es de @patriciatrigovil , que me descubrió la trilogía del Baztán, escrita por Dolores Redondo.