jueves, 23 de marzo de 2017

Tú no eres como otras madres

Else iba sentada atrás, fumaba un cigarrillo y miraba por la ventana. Cuarenta y seis veces había vivido la primavera en aquella ciudad, y cada una le había parecido más bella que la anterior. Adoraba la primavera, el despertar de la naturaleza, la luz delicada que todo lo embellecía, el calor en la piel, la expectación en su interior, la sensación de amar de forma más intensa y de ser amada más intensamente. Berlín en primavera, Pätz en primavera, sus hijos en primavera… ¿Volvería ella a…? Cerró los ojos y estranguló los pensamientos.

Pararon delante de la estación. El señor Budau sacó las maletas del coche, hizo señas a un mozo de equipaje, le dio instrucciones. Else iba a despedirse.

—No, señogha —dijo el hombre—, no voy a dejaghla sola.

La acompañó al tren, buscó el vagón y esperó hasta que el mozo hubiera depositado las maletas en el compartimento.

—De acuerdo, entonces. Que le vaya bieng —dijo, le cogió la mano y se la estrechó—. Que tenga bueng viaje, señogha doctogha Schrobsdorff, y quiegho decighle que lo siengto de todo coghazón. Pegho cghéame, señogha, todo pasa factugha en esta vida, tambiéng esto.

—Gracias, señor Budau —dijo Else sintiendo el nudo en la garganta y el ardor en los ojos—, adiós y buena suerte.

Tú no eres como otras madres
Angelika Schrobsdorff
Periférica & Errata Naturae, 2016

*En la foto aparece Angelika Schrobsdorff, de adolescente en Bulgaria

miércoles, 1 de marzo de 2017

El asesinato de Sócrates

El dios supremo estaba sentado en su trono de oro y ébano, y su cuerpo de marfil relucía por el aceite con que lo untaban para protegerlo de la humedad. Tenía el torso desnudo; un manto de oro le cubría las piernas, ascendía por su espalda y caía hacia delante por su hombro izquierdo. Miraba al frente con la serenidad que sólo es posible en el rey de los dioses.

Perseo se acercó muy lentamente, alzando la mirada cada vez más. El dios rompería el techo del templo si se levantara del trono. Sus dimensiones eran colosales, pero los materiales utilizados por Fidias, y el modo en el que reflejaba la luz de las grandes lámparas que lo rodeaban, le proporcionaban ligereza y una sensación de realismo tan intensa que parecía que en cualquier momento inclinaría la cabeza para mirar a quien lo contemplaba.

Para resaltar la luminosidad de la estatua, Fidias había hecho que el suelo de la nave se recubriera con losas de piedra negra procedentes de Eleusis. Alrededor del trono, un reborde de mármol de Paros recogía el aceite que se vertía sobre el dios. El armazón era de madera y se podía penetrar en su interior, pero la superficie de la formidable escultura estaba realizada con marfil y piezas de oro a las que Fidias había dado forma mediante moldes de arcilla. Zeus sostenía en la mano derecha una escultura de oro y marfil de la diosa de la Victoria más grande que un hombre, y en la mano izquierda sujetaba un largo cetro rematado por un águila.

En cada lateral de la nave, una hilera de columnas sustentaba una plataforma de madera. Encima de ella había otra fila de columnas, de modo que se formaba una galería superior. Perseo subió por la escalera que daba acceso a la galería del lateral derecho.

Ahora se encontraba justo debajo de la cabeza del dios.

El asesinato de Sócrates
Marcos Chicot
Planeta, 2016