A veces paseaban a solas por los caminillos del Retiro y ella se detenía a saludar a algún conocido ecuatoriano que miraba a Lorenzo como si lo juzgara un usurpador. Si él le comentaba algo sobre las miradas como machetes que le prodigaban sus paisanos ella sólo decía no hagas caso, son hombres.
Yo he tardado mucho tiempo en poder soportar esas miradas de los hombres que parecen poseerte entera, le explicó un día Daniela. ¿Crees que no siento esos ojos que te manosean por delante y por detrás? Son miradas que te hacen sentirte como una puta sucia sobre la que ellos tienen derecho de disfrute. Los hombres son siempre muy agresivos. Lorenzo se veía en la obligación de justificarlos, decía que no siempre escondía violencia esa manera de mirar, a ratos podía ser una forma de admiración. Si un hombre quiere halagarte, le explicaba ella, sólo tiene que mirarte a los ojos y bajar la vista, no tiene por qué regodearse en tus pechos y en las caderas y acosarte. Esos que te desafían con la mirada cuando te ven conmigo son los mismos que me violarían con los ojos si me los encontrara sola.
Saber perder
David Trueba
Ed. Anagrama, 2008
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