Los niños ya no podían desplazarse solos. Los buenos tiempos en los que las calles se llenaban de chiquillos alegres y ruidosos se habían acabado: ya no hubo más partidos de hockey sobre patines delante de los garajes, no más concursos de salto a la comba ni rayuelas gigantes dibujadas a tiza sobre el asfalto; en la calle principal, ya no hubo bicicletas cubriendo la acera ante el supermercado de la familia Hendorf, donde se podía comprar un puñado de caramelos por menos de un níquel. Pronto planeó sobre las calles el silencio inquietante de las ciudades fantasma.
La verdad sobre el caso Harry Quebert
Joël Dicker
Traducción de Juan Carlos Durán Romero
Alfaguara: 2013
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