Era un viernes por la noche, o lo que es lo mismo, el momento más temido por una mujer como yo: joven, pero ya no tanto como para tener el alma y la piel libres de rasguños, y con algún recorrido a las espaldas, pero todavía no tanto como para comprarme un gato y no esperar nada más de la vida. El temor se agrava cuando compruebas que en ese momento fatídico no tienes grabado en la agenda del móvil el número de nadie a quien puedas llamar sin que la perspectiva te inspire aburrimiento, asco o la mezcla de ambos. En esa situación, detestable y absurda, bien puede suceder que te prestes a probar alguna solución descabellada. Y eso fue, justamente lo que yo hice.
Así fue como me dejé arrastrar por Alba, la más descerebrada, banal e imprudente de mis compañeras, a una de sus famosas correrías nocturnas, de las que, desde que yo la conocía, no había sacado nunca nada bueno y sí más de un disgusto. Supongo que en la rapidez con que esa noche me dejé liar para lo que Alba no había podido liarme nunca antes debió de pesar alguna clase de impulso autodestructivo. No pasaba por mi mejor momento, en ningún sentido: ni en lo laboral, ni en lo personal, ni en la correspondencia de mi mente y mi cuerpo con lo que prefería que una y otra fueran. Es curioso lo poco que gobernamos nuestra existencia. Porque esa noche, en vez de estrellarme, encontré lo único hermoso y limpio que de veras he tenido.
Música para feos
Lorenzo Silva
Editorial Planeta, 2015