El chofer la trasladó con el gato y dos maletas. Una semana más tarde, Alma renovó su carnet de conducir, que no había necesitado en varias décadas, y compró un Smartcar verde limón, tan pequeño y liviano, que en una ocasión tres muchachos traviesos le dieron la vuelta a pulso cuando estaba estacionado en la calle y lo dejaron con las ruedas al aire, como una tortuga patas arriba. La razón de Alma para escoger ese automóvil fue que el color estridente lo hacía visible para otros conductores y que el tamaño garantizaba que si por desgracia atropellaba a alguien, no lo mataría. Era como conducir un cruce entre bicicleta y silla de ruedas.
—Creo que mi abuela tiene problemas serios de salud, Irina, y por soberbia se encerró en Lark House, para que nadie se entere —le dijo Seth.
—Si fuera cierto ya estaría muerta, Seth. Además, nadie se encierra en Lark House. Es una comunidad abierta donde la gente entra y sale a su antojo. Por eso no se admiten pacientes con Alzheimer, que pueden escaparse y perderse.
—Es justamente lo que me temo. En una de sus excursiones a mi abuela puede pasarle eso.
—Siempre ha vuelto. Sabe dónde va y no creo que vaya sola.
—¿Con quién, entonces? ¿Con un galán? ¡No estarás pensando que mi abuela anda en hoteles con un amante! —se burló Seth, pero la expresión seria de Irina le cortó la risa.
—¿Por qué no?
—¡Es una anciana!
—Todo es relativo. Es vieja, no anciana. En Lark House, Alma puede ser considerada joven. Además, el amor se da a cualquier edad. Según Hans Voigt, en la vejez conviene enamorarse; hace bien a la salud y contra la depresión
El amante japonés
Isabel Allende
Isabel Allende vuelve a deleitarnos con una historia familiar que transcurre desde la segunda guerra mundial hasta nuestros días, esta vez centrándose en la vejez de forma optimista y abierta, sin perder de vista el romanticismo. Muy bonito.
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