viernes, 27 de febrero de 2015

Un viaje de diez metros

Muy pronto, la tristeza desapareció. Las mantelerías del comedor, nuevecitas y blancas, no eran hechas a máquina en Normandía, sino que eran cosidas a mano por mujeres de Tananarivo, en Madagascar, y ahora eran extendidas con elegancia sobre las mesas. Los arreglos de jazmín que perfumaban el salón procedían de Chez Antoine, en el sexto arrondissement. La porcelana había sido hecha según un diseño mío en Christian Le Page, así como la pesada cubertería de plata, grabada para mí en una fábrica dirigida por una familia en Sheffield, Inglaterra. Los floreros y copas estaban hechos de cristal Moser soplado en el norte de Bohemia y todo el material con el que entraba en contacto el cliente, hasta la pluma Caran D'Ache para firmar la cuenta, estaba grabado con el logo de Le Chien Méchant, un pequeño bulldog ladrando. Y, para los bolsos de las damas, un taburetito de caoba descansaba junto a cada mesa para que depositaran sus preciadas bolsas.



Un viaje de diez metros
Richard C. Morais
Seix Barral. Biblioteca Formentor: 2012


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